Estación II BLACK & NEGRO

Segunda parada de esta locomotora curiosa, rebuscada y atrevida. Rebuscada, no  por querer llevarlos a destinos raros ni mucho menos, solo a destinos improbables, como este. Si pensaron que la estación era “blanco y negro” y que hubo un error en el título, lamento decepcionarlos, no es así.  No vamos a hablar de películas viejas, o quizá sí; pero no de las clásicas del blanco y negro, aunque el aniversario del natalicio de Charles Chaplin este mes lo hubiera ameritado. Pero es que de él ya mucho se hablado, y de los que hoy hablaremos, no tanto, o por lo menos no lo suficiente.

Nada de blanco y negro, porque de blanco no habrá aquí nada. Hoy elegí hacer un recorrido por la tierra de las Venus de Ébano y darle nueva magnitud a una presencia constante en nuestra historia, pero pocas veces vista en el cotidiano como se merece: hoy vamos a ver y hablar del negro nuestro de cada día. De ese que ha sido “des-significado” por la frágil historia, y por esa horrible costumbre que tenemos los humanos de tener tan endeble la memoria.

Hace un mes atrás la prensa mundial destacaba la importancia de que 12 años de esclavitud se alzara con el premio más importante de los Academy Awards 2014. El premio a la mejor película, para un film, resultado de la adaptación del libro homónimo de Solomon Northup, donde narra su triste experiencia de vida. Controversial premiación para la mayoría de los cinéfilos. Por un lado están los que creen que la cinta no tiene la calidad para un Oscar, y que se llevó la estatuilla por la temática más que por lo buena que es. Estamos los otros, los que pensamos que debería haberse llevado muchas estatuillas más, no solo por una realización delicada y precisa, sino también por una temática que pocas veces ha tenido el trato que se merece, al tocar una realidad que lleva siglos repitiéndose en mayor o menor magnitud, clara o solapadamente, pero una realidad al fin.

El director ha elegido una manera cruda y a la vez hermosa de contar, una historia sabida pero también olvidada. Secuencias como la del protagonista colgado y luchando por su vida gracias solamente a las puntas de sus pies, o aquélla en que Solomon canta y se transforma con el poder de la música tan presente en la cultura afro; cada rasgo de su interpretación en una escena visualmente quieta e internamente tan transformadora es uno de los cuadros a mi parecer más maravillosamente logrados del film. No es solo una película bien dirigida, y bien actuada, es una cinta sin desperdicios: montaje, música, sonido, arte, encuadre, adaptación, historia. Todo redunda en un producto cinematográfico digno de ser visto, pero más aún, digno de ser analizado como algo más que solo un film.

 Haciendo Historia

El cine y la historia, dijimos en la presentación de la Locomotora, y hoy nos toca ahondar un poco más en esa historia que el cine lastimosamente NO nos ha mostrado tanto. Partamos de arriba, del norte, del consumo de masas en la gran maquinaria de Hollywood. Este 13 de abril se recordará la primera vez que un hombre negro ganó un Oscar como mejor actor de reparto. Sídney Poitier lo hizo en 1963 por una película que poco y nada significaba para la verdadera historia del hombre negro. Una historia más bien espiritual y hasta podría decirse superflua, si analizamos la realidad que al afroamericano le ha tocado vivir.

Veintitrés años antes que eso, en 1940 una mujer negra se llevaba en la gran industria cinematográfica estadounidense su primer Oscar como actriz de reparto en la afamada y clásica “Lo que el viento se llevó”. Hattie McDaniel trabajo en más de trescientas películas como sirvienta; fue querida y reconocida por el público, pero fuera de la pantalla debía luchar por su lugar en el mundo a la par de los blancos. Al fallecer el cementerio no la acepta, por ser “de color”. Ahora, casi 75 años después, la literatura al parecer reivindicará el personaje de Mammi con la historia de la sirvienta tan querida en la pantalla, pero tan relegada en la vida real.

Hollywood durante décadas rechazo la posibilidad de poner a gente negra capaz en la pantalla, y también detrás de ella. Que más análisis que el que hacemos, haciéndonos los ciegos al ver en Nacimiento de una Nación de Griffith, y hablar de técnica y lenguaje, pero no de historia. Una historia que hasta hoy se trata de reivindicar, muchas veces sin éxito. Recién a partir de los cercanos años setenta, con directores como Melvin Van Peebles y Gordon Parks, los afroamericanos logran establecer su espacio con películas hechas por y para su comunidad. Con el pasar de los años hemos disfrutado de grandes realizaciones que han puesto en el celuloide historias de vida grandiosas, como Pinky de 1949 dirigida por Elia Kazan, o Home of the Brave del mismo año, del director Mark Robson. Muchas han expuesto realidades relacionadas al racismo, las diferencias y las luchas, como Malcom X, o las películas donde los deportistas negros logran superar las barreras del prejuicio y hacerse un lugar a sol.

Hoy día nombres como Spike Lee, Samuel Jackson, Halle Berry, Morgan Freeman, Denzel Washington, Will Smith y Steve McQueen pueden ser tratados al igual que otros grandes nombres “blancos”, pero, ¡después de cuánto! Y además… ¿será suficiente?

Por casa… ¿Cómo andamos?

             Todo muy bien si la mirada de la realidad es crítica pero lejana. Hagamos una parada más profunda en este sendero y veamos qué nos pasa de este lado de América. ¿Cómo estamos nosotros con el tema tan criticado a los yanquis y tan poco puesto en nuestros propios pantalones? Hagamos recuento.

¿Es capaz algún rincón de América de negar su historia ligada y construida sobre un pasado de esclavitud? No. ¿Es capaz de olvidar el legado inconmensurable que han dejado los africanos y los afroamericanos a nuestra actual cultura? Sí. Lo somos.

Nuestro cine latinoamericano ha sido tan sediento de representantes afro en la pantalla como lo ha sido el de Norteamérica.

Brasil es el país con mayor historia de esclavitud en esta parte del continente, claro que no el único, pero talvez sea esa una de las razones por la cual su cine ha tenido desde sus comienzos una presencia negra más constante que la de otros. Aun así, es con el surgir del movimiento del Cinema Novo que el negro es representado no solo como una parte del folclore y de la anécdota popular, deja de hacer papeles relacionados a la servidumbre y es mostrado como realmente vive en la sociedad; en una constante lucha por su igualdad en un mundo al que ha sido traído a la fuerza, pero al que reconoce como su Tierra también, y donde pretende conquistar una vida libre y digna como la de cualquier blanco.

Al que le guste investigar y se dé maña con el portugués, encontrará una cinemateca interesante para ser analizada a pocos clics en la web. Solo por citar un nombre, “Tienda de los Milagros”, de Nelson Pereira dos Santos, film de 1977, es un excelente ejemplo, de cómo literatura, cinematografía y realidad pueden crear grandes películas. Una historia del renombrado escritor brasileño Jorge Amado es llevada a la gran pantalla con el mismo autor como uno de los guionistas. Narra las circunstancias de un hombre que lucha por defender la cultura afro en un Brasil de dictadura fuerte, y ante una sociedad tradicional y dividida, mescla drama, realidad social, religión y tradiciones en una historia con fuertes influencias del neorrealismo italiano, pero con toda la verdad latinoamericana de la época. Vale la pena verla.

En este punto cometeremos el delito de saltearnos, solo por una cuestión de tiempo, el análisis de historias muy ricas del cine uruguayo, cubano y varios otros, y aterrizaremos bien en casa.

Con el cine argentino la cosa se nos pone complicada. Me encontré en la difícil tarea de desempolvar películas nacionales con protagonistas negros. Como diría un conocido programa de la tv nacional, ¿duro? ¡Durísimo! Y es que a pesar de saber y reconocer, por ejemplo, que el icono cultural de la porteñidad: el tango maravilloso y macho, desciende del legado afro, en los muchos films nacionales no aparece ni por casualidad un rasgo negro en la pantalla. El porqué de la cuestión me hizo recorrer las más diversas teorías, entre ellas las grandes migraciones europeas de los siglos pasados, y también la imposibilidad de acceder fácilmente a producciones independientes que, en casos muy buenas, no están tan fácilmente a disposición en el circuito cinematográfico.

Los pocos casos que encontré, muestran a comunidades negras, no individuos; y los muestran como culturas separadas del argentino tipo, bailando o participando en masa de rituales afro, pero no como personas participes de hechos o como personajes preponderantes en la historia. En gran parte de los casos, como ha ocurrido en Norteamérica, son personajes de esclavos, sirvientes y hasta caníbales, como en África Ríe de Carlos Rinaldi, año 1956.

El cine aquí nos ha contado mucho menos que la verdad, en realidad, lastimosamente, ha dejado de contarnos cuantiosas historias de un grupo social que ha aportado a la música, la cultura, las costumbres y la historia nacional; gente que a la par que las comunidades indígenas autóctonas, los europeos y los mestizos, han construido una sociedad que hoy no los ve, no los reconoce.

En esta encrucijada me encontré con un pequeño oasis fílmico: el trabajo de Alberto Maslíah, en el que fue su primer largometraje documental: “Negro Che”, un trabajo cinematográfico que va más allá de lo visual, y donde el “qué” se traga al “cómo”. El director decide poner en evidencia una realidad dura y cruda, a través de la pasión de los argentinos por su origen. Tienen ascendencia africana. La conocen, la aman y la defienden, todos los días. Luchan ante una sociedad que los invisibiliza. Felizmente su cine puso su grano de arena para tratar de salvarlos del olvido. No solo merece ser vista, no es de las películas que deben ser solo analizadas, es de las que más que nada merecen ser sentidas, y vividas en la piel oscura y valiente de sus protagonistas.

La ficción no me ha dado las mismas satisfacciones. Pasando por algunos pocos personajes como el gaucho moreno del Martin Fierro de Leopoldo Torre Nilson, o el Cirilo Tamayo de Señorita Maestra,  la negritud argentina no es muy vista. A pesar de cruzarme día a día con bellas negras tarareando a Los Redondos con el dulce tono del “sho” porteño, o con hombres negros nacidos y criados en el Rio de la Plata, el cine no los ha reivindicado.

¿Una deuda pendiente con el pasado? Quizá. O simplemente el fruto de una memoria agrietada. Felizmente la magia del celuloide, la cámara HD o el simple corto con el celular nos permiten siempre recrear la realidad. Siempre se puede contar nuevas historias de la historia.

El cine tiene esa magia de tener siempre la posibilidad de encontrar nuevas cosas que contar, y quien sabe, más cineastas hagan la de Maslíah, y descubran cuanto de interesante puede haber en la gente común, y cuanto de magia en las historias que la historia nos deja.

El brindis de fin de parada de hoy va por un cine con más negritud, esa negritud de gente común, por mulatos en las pantallas que se enamoren, que trabajen, que sufran y tomen mate. Afroargentinos herederos de un pasado de grandes historias que poco nos han contado. Por un cine de historias sanas, verdaderas y sin estereotipos.

Un golpe de tambor por eso.

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