Estación VI TRES CARAS Y UN CORTE

Un hola cuidadoso a todos y mucha cautela para continuar. Esta es de esas estaciones donde cualquier movimiento en falso puede costarles la vida. Y es que aquí no hay mucho que explicar, viajaremos en tres etapas, desde 1932 hasta el futuro, la cita es con Tony. Y no solo con uno, sino con tres Tonys. Todos muy jodidos. Bienvenidos y protéjanse como puedan. Comenzamos el recorrido.

Lo de hoy será intenso, y espero contar con su ayuda para que podamos llevarnos mutuamente a naufragar en los submundos de la mafia, nada menos pero mucho más. Un submundo donde no solo encontraremos a los Tonys que venimos a buscar, sino a sus cinematográficos progenitores y a la censura que quiso abortarlos de cuajo, cuando tanto Howard Hughes como Brian de Palma ya estaban por parirlos.

Primera parada de esta estación; Chicago, año 1932. El que ven por aquel rincón a la mesa, separando porotos por tamaño, es el señor Hughes. Lleva casi dos años tratando de poner en pantalla, una de las primeras películas del género de gángsters, tan explotado después por la industria de Hollywood. En un plató que consiguió por su cuenta (más allá de que dinero no le faltaba), grabó su película sin el apoyo de grandes estudios y sin estrellas renombradas de la época. Un film que hace gala de las influencias del expresionismo, traído por  muchos directores provenientes de la Europa retorcida por la guerra, conjuntamente con la experiencia de un director que ya llevaba varias películas en su haber, y un análisis contemporáneo (para la época) de la situación que acarreaba consigo la coyuntura del Chicago de entonces.

La Ley seca, implementada en EEUU por tres cuartos de los Estados parte, en octubre de  1919, es citada y, porque no, es protagonista también, de la cinta que retrata la historia de nuestro personaje: Tony Camonte, inmigrante italiano que en busca de un horizonte de lujo y buena vida, pretende pasar sobre los que sea necesario, con los balazos que sean necesarios también, a fin de ser el dueño absoluto del negocio de la cerveza.

En el largo, y no común en la época, plano secuencia que da inicio a la película, tenemos un excelente  resumen de lo que habrá en la próxima hora y media: descaro, tiros, muertes, tiros, bebida, intereses… ah y tiros. Una cadena de mando de la que se apodera el más hábil como en la más salvaje selva. ¿Cómo? es la pregunta.  Paul Muni responde en una de las mejores frases de la película, a mi criterio: “Hazlo tú, hazlo primero y sigue haciéndolo”.

Desde lo histórico, este es un escenario hostil, donde el más poderoso disfruta de la impunidad  que ese poder le permite, mientras pueda. Hay muchas versiones sobre la existencia o no, de verdaderos mafiosos asesorando en el rodaje, incluso es sabido que muchas escenas fueron extraídas de experiencias reales de vida, del mismo Al Capone. Desde lo fílmico, una cinta cargada de mucha violencia, pero también de humor. Lo cuál en la época, cuando los géneros y estilos no estaban delimitados aun no era tarea fácil, pero fue posible. Personajes ricos, bien construidos, personalidades interesantes y actuaciones que a pesar de venir pegadas al cine mudo, aun hoy al verlas no generan incomodidad y conquistan la escena.

Otro aspecto notable es el cuidado de la imagen, repleta de claroscuros de mucha significación dramática, una fotografía celosamente trabajada.  El reciente auge del cine sonoro en aquél entonces, tampoco fue una tentación macabra, y no llevó a Hughes a hacer uso exagerado de éste. Scarface hace gala de no tener textos innecesarios, y sin embargo no hacer ahorros en tiros, lo cual para el caso le sentó como gatillo al dedo.

La actuación es deleitable y el resultado final, una historia que en poco más de una hora cuarenta, no deja tiempo al descanso. Los subtramas de amistad entre Guino y Tony, la relación de Tony con su hermana, con Poppy, su falsa lealtad y su objetivo egoísta de superación, todo genera una trama apetitosa y magnifica.

La censura le obligó a grabar varios finales, además de muchas escenas que no estaban guionadas en inicio, y que son, a diferencia de casi todo el film, en planos quietos. El agregado en el nombre de la película, de la frase “vergüenza de una nación” y la imposición de carteles de advertencia al comienzo, terminan de recontextualizar algo que en sí no existía de esa manera, sin embargo, la película es un logro que trasciende esos traspiés. Eso sí, es imprescindible buscar la versión con el final original.

Movimiento de engranajes, atención que llegamos a 1983, nos recibe el amigo Brian de Palma y su fiel Tony Montana, nuevo apellido, mismo carácter podrido.

Llevamos un viaje de cincuenta y un años en realización, pero en la diégesis  hablamos de por lo menos sesenta años. Mientras la historia de Camonte está a fines de 1919, la de Montana está en los 80’. Iniciando en el Éxodo de Mariel, llegamos hasta nuestro segundo Tony, encarnado por el muy admirado Al Pacino. Este Tony de europeo no tiene nada, pero sí de sangre caliente, y es que el cubano trae consigo todo el descaro y altanería que en Camonte era desfachatez. Ubicada la figura de Montana en la década de los ochenta, es evidente que no se podría hablar de Ley seca, así que con la magistral pluma de Oliver Stone, la adaptación de nuestra historia nos va a llevar de los barriles de cerveza directo a los sucuchos de la droga; y por ese sendero transitaremos el apogeo y decadencia de nuestro antihéroe.

De Palma no estuvo ajeno a la censura, el año 83’ no le fue más benevolente de lo que habían sido los 30’ con su antecesor. La Asociación Cinematográfica Estadounidense lo hizo sufrir y recortar escenas para otorgarle una calificación  que la hiciera apta al público general, pero solo sacaba X. Cuando luego de varias versiones, por fin le otorgaron una R (apta para mayores de 17 años o menores acompañados de un adulto) nuestro director pidió que la primera versión fuera aceptada, ante la negativa y confiado de que nadie se daría cuenta, como de hecho sucedió, puso en pantalla la primera versión, bien al estilo Montana: “diciendo la verdad, aun al mentir”.

Llegados a este punto del paseíto a ritmo de máquina de escribir, como dirían los admiradores de Hughes, la cuestión se pone peligrosa. Aquí entra a tallar la polémica. ¿Sí o no al remake? Pensemos que como producto para entretenimiento, las películas emanadas de los grandes estudios de Hollywood siempre han tenido como objetivo usar y abusar de todo lo que pueda redituar, y los remakes son clara muestra de ello. Sacar de la galera los éxitos del pasado son cuasi garantía de buena taquilla, sin embargo este es un caso que, se puede decir que llega a ser mucho más que solo eso.

Ambas películas, están muy bien contextualizadas en tiempo y espacio, y pintan un panorama complejo de las realidades que cuentan. Ambas relatan lo que sería, desde el punto de vista de estos inmigrantes, el american dreams; sus maneras de afrontarse a los peligros del nuevo lugar, hacerse espacio por sobre las cabezas necesarias y llegar a la cúspide del ansiado poder; y luego la caída, indeclinable pero orgullosa del poderoso. Sin embargo varias cosas hacen para mí, de estas dos películas algo mucho más allá de un simple remake. Son películas distintas, con un mismo hilo conductor, con una misma idea original; el resto a mi criterio, es obra y gracia de sus creadores. No son solamente grandes logros cinematográficos, son también construcciones de contexto social muy valederas.

La Scarface de Hughes, es un deleite claroscuro repleto de movimiento, cinematográficamente bien pulido, delicado, compacto. Una línea que crece para luego caer en la recta final del protagonista, vencido por sí mismo, un relato que se hace a su vez protagonista, desde la mirada constructora de su Director. La de De Palma es un hipérbole pasional siempre al límite, en la franja tenue que separa la emoción del estruendo, donde la historia te come vivo y te dispara a su gusto y placer.

De actuaciones ni hablemos, geniales ambas por donde se las mire, cada uno en su universo bien creado y bien vivido. De Palma sin duda homenajeó la primera versión en varias secuencias, reconstruyó una historia bien contada y la contó también con genialidad, obviamente, con las grandes diferencias que el tiempo trae consigo, con el plus de tener el respaldo de la Universal Pictures detrás del proyecto, y con el peso de estar ante uno de los  films que dio el primer disparo  al género de gangsters.

Historias distintas, creadores distintos, miradas diferentes… pero ¡que miradas! No podría elegir ninguna. Sería como optar entre blanco o negro, cine o cena, dormir o hacer el amor… No son elegibles, siempre querremos ambas. Y si pudiéramos lograr elegir alguna, como muchos tal vez lo hagan, no piensen que la cosa se acabó. Esto aún tiene para rato.

Desde el año 2011 que se mencionan en los sitios cinéfilos los preparativos sobre una nueva versión de la historia del hombre de cara en tajo. Pues al parecer se ultiman detalles, tendremos nuevo Tony. El Director según las versiones que corren por la web y los portales cinéfilos será Pablo Larraín, nada menos que el Director de NO, la película protagonizada por Gael García en 2012; y esta vez, Tony será mexicano. Ya se barajan nombres para el nuevo Caracortada, pero amenazan con sorprender, tal vez, con algún interesante derroche de talento desconocido. Habrá que esperar a ver.

En resumidas cuentas, cada Tony es un mundo, y que buen mundo les han creado hasta ahora.

Regresemos antes de que nos noten, y juntemos expectativas para conocer al nuevo capo de la mafia. Disfrutemos este momento, será la única vez en nuestras vidas que esperaremos ansiosos el ruido de las balas.

Un muy pacifico hasta luego, y que el hampa no los atrape. Si lo hace, recuerden: siempre tendrán sus pelotas.

¡Good by!

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