Viaje de Ida.

Como ya sabía que este sería un disfrutable y pacifico momento, como el deguste estético nunca deja de brindar, esperé lo que necesite oportuno para hacer mi cita con Ida. Una vez pasada la ansiedad de la espera, las críticas y las alabanzas, senté mi corazón y mi razón y me entregué a la narrativa de Pawel Pawlikowski.

Ida es una historia que nos llega desde un director que ha atravesado en propia piel el exilio, la confrontación de su propia historia judío – cristiana, la muerte y la travesía de vida que hizo posible dar vida de manera tan sublime a una historia como la que decide contar.

Ida ha sido a mi criterio un poema a la frialdad de la fe, del mundo, de lo que somos y podemos ser. El personaje de Agata Trzebuchowska sale de las grises paredes del convento, mecánico, rutinario y abstraído, para encontrarse con una distinta pero igual de gélida vida mundana. Una realidad donde las certezas se desvanecen y ni siquiera la piel del primer encuentro sexual, el dolor del suicidio o los huesos de los muertos no enterrados logran desatar alguna llamarada que cambie el apacible estado neutro de un alma, que en su pálida monotonía decide en su último tramo de historia, dejar la quietud y enfrentarse a un real sacrificio de obediencia, castidad y pobreza. Ida decide después de experimentar el mundo, enfrentarse al destino que ya conocía, pero con una actitud distinta, más madura, menos romántica y con la carga de valentía o seguridad por lo conocido (ambas son valederas) que la embalan ahora.

La simetría de los encuadres, la majestuosidad del blanco y negro y la fotografía soñada, se unen a la composición siempre llena de espacios y formas, a los cuerpos siempre relegados a un rincón de la pantalla en medio a la complejidad o absoluta simpleza de las formas, a los grandes espacios con pequeñas personas perdidas en medio del plano como sus almas, igual de perdidas en ese enorme y frío mundo que bien nos pinta Pawlikowski.

Un mundo de planos quietos, de gran pesadez narrativa, de complejas emociones encontradas que terminan con el caminar decidido de una joven que se convirtió en mujer, que cambió la plácida apatía con que retocaba la imagen del santo, por una apatía más austera, más sufrida, pero con mucho más peso emocional, esos pasos en una secuencia sin pausa, que componen el único plano de toda la película que transmite la inconstancia de una llama, que ahora sí, arde en el pecho, una llama de transformación y decisión, de madurez, que siempre acarrea dolor. Un viaje de Ida hacia su propia vida.

https://www.youtube.com/watch?v=AntrawlOBWQ

CINE: ARTE Y CONOCIMIENTO

A lo largo de la historia, el debate ha sido intenso sobre la misma pregunta: ¿genera conocimiento el arte? Y si lo hace, ¿de qué tipo es ese conocimiento? Ha sido un ir y venir de teorías de las más diversas, cada cual plasmando su postura en torno a las artes más convencionales, pero qué pasa si trasladamos esas mismas cuestiones a la última de las artes, y hoy día una de las más populares: el cine.

Para empezar desglosemos las posibilidades del cine como arte, para luego adentrarnos en responder las cuestiones referentes a la epistemología posible del mismo.

En 1911, Ricciotto Canudo, crítico de cine italiano publicaba su Manifiesto de las siete artes, pasando a acuñar el término séptimo arte. En el manifiesto, más que un adjetivo o una figura metafórica con la cual referirse al cine, Canudo lo que hace es teorizar cómo la cinematografía reúne en sí, el deseo del hombre de inmortalizar y trascender por medio de la estética, y generando así un conocimiento más profundo que todas las demás artes lo habían hecho hasta entonces. Canudo en su manifiesto defiende el cine como arte, y yendo aún más allá, lo define como la más completa de las artes, como una fusión de las otras seis, y como la mejor unión entre la ciencia (o la técnica, tecnología) y los sentimientos.

El cine indiscutiblemente fusiona en si música, literatura, danza, arquitectura, escultura y poesía; y más aún: todo en movimiento, lo cual no existía hasta su nacimiento. La captura de un fragmento de vida, es lo que según este y otros teóricos del cine, lo hace arte por sobre las artes.

La experiencia estética en el fenómeno cinematográfico es variada, no solo de persona a persona como en las demás artes, sino en estilos y géneros. Sin embargo el pacto entre artista y público, permite encontrar una coincidencia en todo hecho cinematográfico: lo que está en pantalla ES, ocurre, está ahí y se está viviendo en el aquí y ahora. La experiencia estética dura lo que dura el film, el espectador es constructor y participe del fenómeno por medio del cual se aliena del mundo en el que vive, y se transporta al otro, hasta llegar a la catarsis final.

Y cierro esta primera parte con un fragmento del Prólogo de “Hombre Visible…” de Béla Baláz:

“El cine es más que ningún otro, un arte social, creado hasta cierto punto por el público.»1

Les dejo esta reflexión, para que sigamos además de ver y sentir; pensando el cine.


1- Béla Baláz, El Hombre Visible, o la cultura del cine. (1° Edición Buenos Aires, El Cuenco del Plata SRL., pág 14)

Bienvenidos a bordo

Antes que nada gracias por llegar hasta aquí. Por subir a este tren de divagues, muchas subjetividades y pocas verdades. Porque el cine es así, tal cuál la vida y nada más que un poco de su magia captada en fotogramas. No habrán verdades porque cada uno tiene la suya, lo mío es simplemente una visión que espera llevarlos a debates, enojos, placeres, opiniones y a lo más importante: ver, escudriñar y sentir el cine; desde la pasión, desde la lógica, desde la técnica o desde donde se les cante hacerlo.

Si el viaje les agrada, pues esta Locomotora estará ansiosa por recibirlos. Los espero siempre… para leernos más.